Los viajes tienen ese componente romántico que a veces nos hacen pensar que son más grandes lo que realmente son. Un viaje, al fin y al cabo, solo consiste en ir del punto A al punto B. Llevamos haciendo viajes toda la vida: al baño cada mañana al levantarnos, al comprar pan caliente todos los días antes de comer o a visitar a algún familiar que se pueda encontrar enfermo.
¿Por qué entonces decimos que nos vamos de viaje sólo cuando planeamos pasar alguna noche fuera de casa? Te diré porqué: por la sensación de aventura.
Eso es lo que nos llena a todos y cada uno de nosotros de esa sensación nerviosa que nos impide dormir la noche antes de la partida. Sin embargo, si consideramos que un viaje ha comenzado en el mismo momento en el que damos el primer paso, los nervios desaparecen.
Porque… ¿cuándo comienza un viaje? ¿Cuándo sales por la puerta de tu casa? ¿Cuándo decides que te vas a embarcar en él? ¿Cuándo ni siquiera has pensado que vas a partir? A lo mejor tu aventura ya ha comenzado y todavía no lo sabes. A lo mejor ya has dado el primer paso.
Del libro de viajes de Tobías Menembur